AMÉRICAS

La eterna primavera Árabe

El asesinato del ex primer ministro de Yemen genera mayores tensiones e incertidumbre 

La eterna primavera Árabe

Durante la primera semana de diciembre ha habido varios puntos álgidos en Medio Oriente. Uno de ellos incitado por el presidente de turno de la mayor potencia occidental, Donald Trump, con su declaración en que a nombre de Estados Unidos reconoce a Jerusalén como la capital de Israel. Una decisión considerada “totalmente inaceptable” por parte del secretario general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Saek Erekat, quien advirtió que con ello el mandatario norteamericano estaba “fortaleciendo a las fuerzas de los extremistas en la región como nunca nadie lo había hecho antes”.

No obstante, mientras ciertos medios de comunicación difundieron esta “decisión histórica” y centraban sus focos en la entrada en vigor por completo del veto migratorio para prohibir la entrada a ciudadanos de seis países de mayoría musulmana  —aparte de funcionarios de Corea del Norte y Venezuela—, otros encendían más la hoguera de la guerra por cuenta del asesinato de un ex primer ministro, que cinco años atrás, cedía su poder de más de 33 años como consecuencia de la llamada “primavera árabe”.

En efecto, el cadáver de Ali Abdullah Saleh, el “hombre fuerte” de Yemen, aparecía exhibido en un video difundido por la televisora iraní Al-Alam News Network, tal como sucediera con el cuerpo de Muamar el Gadafi, quien, con 42 años al frente del gobierno de Libia, era el mandatario al que secundaba con más tiempo al frente de un país árabe.

Sin embargo, lejos de ser una noticia esperanzadora para la concepción de una paz reinante tras la entrada de la democracia, la muerte de Saleh sepultó todo intento de negociación para poner fin al conflicto armado que en los últimos años ha cobrado la vida de más de 12.000 civiles, según la ONU.

Después de una noche de desangre en Saná, la capital yemení, por cuenta de los enfrentamientos entre fuerzas leales de Saleh y los hutíes, una minoría musulmana zaidí chiita que fuera repelida por este dictador durante su mandato para luego adherirse a su movimiento en contra del vigente gobierno reconocido internacionalmente de Abdo Rabu Mansur Hadi, declaró ante la televisión que estaba listo para una “nueva página” en las relaciones con la coalición dirigida por Arabia Saudita que apoya el frágil régimen de Hadi.

Y es que Hadi, quien fungía como vicepresidente del gobierno de Saleh al momento de las revueltas de 2011, en las que el primer mandatario resultó gravemente herido tras fuertes ataques de rebeldes al palacio presidencial, fue el que ejerció la presidencia interina mientras Saleh era hospitalizado en Arabia Saudita y al que el 22 de noviembre de ese año le sería transferido el poder que formalmente asumiría en febrero de 2012 tras unas elecciones en que actuó como único candidato.

En su discurso de transición, Saleh se comprometió desde su nueva posición ajena al gobierno ayudar a “reconstruir” un país sumado desde entonces en un espiral de violencia. No obstante, lo que se propuso fue expulsar a Hadi de la capital con la ayuda de los hutíes, quienes se opusieron a las reformas federalistas de este y así lo consiguió en septiembre 2014.

Su propósito creció para avanzar a la conquista de Adén, la segunda ciudad más grande del país. Pero Arabia Saudita, al ver una amenaza en su frontera sur de este movimiento que acusó de ser respaldado por su contraparte iraní, armó una fuerte alianza —apoyada por potencias occidentales como Estados Unidos, Francia y Reino Unido— que derivó en una creciente ofensiva militar desde marzo de 2015.

No obstante, esto no impidió que los hutíes tomaran el palacio presidencial en septiembre de ese mismo año y que el presidente Hadi fuera puesto bajo arresto domiciliario para luego ser trasladado a Adén, aún bajo control del gobierno constitucional, y de ahí a Riad, la capital de Arabia Saudita, donde le han impuesto otra forma de arresto domiciliario para preservar su vida y darle la posibilidad al príncipe heredero saudí, Mohamad bin Salman, hacerse con un mayor control de las zonas del sur de Yemen.

De ahí que la muerte de Saleh, considerado un traidor en última instancia por los hutíes, no haga más que franquear el camino para una apertura por parte de Arabia Saudita del espacio aéreo y de los puertos de Yemen que permita el ingreso de ayuda humanitaria a una población de 28 millones de personas, cuya cuarta parte enfrenta la real amenaza de muerte por inanición y en la que más de 1.900 han sido víctimas fatales del brote de cólera.

 

Latin American Post | Federico Duarte Garcés

Copy edited by Susana Cicchetto

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