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Reseña de “Asteroid City”: Un ejercicio de metaficción al estilo de Wes Anderson

En su nueva película, Wes Anderson experimenta con la metaficción y lleva a la audiencia a una ciudad en el desierto donde un reparto estelar es testigo de un evento que transforma el rumbo de la humanidad. Esta es nuestra reseña de "Asteroid City".

Fotograma de la película 'Asteroid City'

Foto: Características del enfoque

LatinAmerican Post | Juan Andrés Rodríguez

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Read in english: “Asteroid City” Review: A Wes Anderson-Style Metafiction Exercise

Colores vibrantes, escenarios pintados a mano, monólogos elocuentes, simetría en cada plano, cambios en la relación de aspecto y Jason Schwartzman son algunos de los elementos que han distinguido las obras de Wes Anderson. Un estilo que originó una tendencia en Tik Tok rechazada por el director al considerarla una reducción de su trabajo a un ejercicio de forma sobre sustancia. 

Si bien esta afirmación es polémica, denota la particularidad de Anderson como uno de los cineastas emblemáticos del siglo XXI y con ello una compleja situación en la que cada uno de sus trabajos es inevitablemente evaluado en comparación al resto de su filmografía, especialmente como innovar sobre su formato ya familiar.

Con “Asteroid City” Anderson apuesta por un gran elenco para una historia que entremezcla la metaficción con la mitología estadounidense sobre la vida extraterrestre del siglo XX. En una versión retrofuturista de los años 50 se presenta una obra sobre una ciudad desértica que en medio de una convención astronómica es testigo de un evento que va a cambiar el rumbo de la humanidad.

La película plantea una reflexión sobre la creación de historias, en el arte y la ciencia, como mecanismo para afrontar la muerte y con ello encontrar el sentido de la vida. Es una propuesta interesante que lamentablemente pierde el foco en medio de la escala y ambición del reparto para el proyecto, por lo que irónicamente el resultado destaca por la ejecución implacable de lo visual en contrapeso a una narrativa convulsa y, por lo tanto, superficial. 

¿Estilo o contenido? El dilema de Wes Anderson

Anderson debutó en 1996 con Bottle Rocket, una cinta independiente de bajo presupuesto que hoy representa el inicio de una carrera sin igual que a lo largo de tres décadas ha consolidado uno de los repertorios cinematográficos más originales distinguibles en la historia del cine. Asistir a una película de Anderson es descubrir o volver, dependiendo de cuál sea el caso, a un lugar reconfortante que hace de su cine un juego que experimenta con colores, texturas y tamaños en búsqueda de un deleite visual que destaca por las curiosas formas de representar la soledad, angustia, violencia y dolor que enfrentan sus protagonistas.

A diferencia de la magnificencia de “El Gran Hotel de Budapest” y el eclecticismo de “La crónica francesa”, “Asteroid City” destaca por el minimalismo, bajo los términos de Anderson, y desde su diseño de producción captura el compromiso de la audiencia a la farsa que se presenta en las tablas. Bajo un cielo celeste y despejado se destacan las siluetas de estos personajes que, por la pluma de su autor, han sido condenados al encierro en una ciudad de cabañas blancas en medio de un desierto árido y rocoso. Al tiempo vemos el origen de esta historia en interludios como memorias a blanco y negro, distantes y confusas, que hacen del mundo “real” algo tan melancolico que provoca ansias de regresar a la fantasia de la obra. 

Anderson es fiel a sus códigos y busca innovar sin traicionar aquello que la audiencia conoce y espera de él, por lo que corresponde a cada gusto particular describir el filme como “encantador” o “una repetición”. En cualquier caso se debe reconocer la atención al mínimo detalle de la puesta en escena. No se puede decir lo mismo del guion, sobresaturado de personajes hasta el punto de la confusión y la falta de tiempo para profundizar en los temas existenciales que plantea. Con un reparto espectacular que incluye a Tom Hanks, Maya Hawke y Scarlett Johansson, por mencionar algunos, cada actor tiene un momento para brillar, pero ninguno consolida un personaje memorable o distinguible en el almanaque de excentricidades de su director por la falta de desarrollo en sus arcos.  

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La propuesta narrativa de la cinta es muy interesante, ya que enlaza dos discursos, el del arte y la ciencia, para abordar la mitología sobre la vida alienígena y cómo esas historias que ubicamos en las estrellas nos permiten explorar las cuestiones y angustias sobre nuestra existencia. Se aborda el proceso creativo como una búsqueda cuyas respuestas no son definitivas o incluso claras, que a veces se limitan a lo visceral y la aproximación a lo desconocido como una excusa para la introspección. Todo enmarcado en la cuestión existencialista de cómo afrontar y aceptar la muerte. 

Es claro que hay una abundancia de ideas que Anderson y Roman Coppola, su colaborador frecuente, quieren explorar y esto conlleva al fallo principal de la película en la falta de foco, que resulta en una historia dispersa que carece de profundidad, algo muy frustrante por el potencial con el que inicia. A nivel actoral todos cumplen perfectamente con los estándares de Anderson. Podemos destacar el breve monólogo de Jeffrey Wright, aunque es más meritorio su trabajo en “La crónica francesa”, y las trillizas Faris que interpretan a las adorables hijas de Augie Steenbeck (Jason Schwartzman), quienes protagonizan los momentos más conmovedores y merecían ser el centro de la historia. 

Si bien es interesante que Wes Anderson busque innovar dentro de su filmografía por medio de un ejercicio de metaficción, la historia que ha escogido para este experimento no es muy apropiada, especialmente ante el tamaño, metafórico y real, del talento involucrado. Aun así es un trabajo sólido que destaca por su estilo tan particular y original, algo fundamental en una época en la que ya se está considerando “hacer cine” con inteligencia artificial, lo que hace de cada película de Anderson una valiosa visita a la sala de cine. 

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