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Opinión: La guerra contra las drogas no va a salvar el medio ambiente

Si bien el narcotráfico es una de las industrias ilegales que más hacen daño al medio ambiente, la fallida guerra contra las drogas no va a salvar el medio ambiente.

Persona usando una jeringa

El cambio climático nos está respirando en la nuca hoy más que nunca. A la par, líderes mundiales se reúnen en prestigiosas asambleas, intercambian saludos, palabras, ideas. Foto: Unsplash

LatinAmerican Post | Vanesa López Romero

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El cambio climático nos está respirando en la nuca hoy más que nunca. A la par, líderes mundiales se reúnen en prestigiosas asambleas, intercambian saludos, palabras, ideas. Juegan a salvar el planeta, a mitigar la crisis ambiental, a cuidar especies, resguardar áreas protegidas, cuidar líderes ambientales y todo se queda en palabras y solo palabras. Los tratados se firman pero no se cumplen, a veces ni se ratifican, como es el caso del Acuerdo de Escazú en Colombia. Otras veces, el más mínimo esfuerzo da resultados de galardones, de premios poco o nada merecidos. 

En pleno cambio climático, en pleno camino a un futuro poco prometedor, nuestro líderes hacen un show mediático para hacer de cuenta que están haciendo algo por evitar lo que es inevitable. Y mientras todo esto sucede, las políticas son cada vez meno útiles, dan menos resultados y antes terminan de alguna u otra manera aportando al problema inicial. Algo así sucede con la fallida guerra contra las drogas. Una que ha creado una violencia irremediable, leyes que afectan a los eslabones más débiles de las cadenas de narcotráfico, a comunidades vulnerables y a quienes menos obtienen ganancia de esto.

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Y puede estarse preguntando, ¿qué tienen que ver las drogas con el medio ambiente? Y yo le respondo, ¿qué no tienen que ver? Sí, el narcotráfico es una de las industrias ilegales que más aporta al cabio climático. Desde la deforestación para la habilitación de terrenos de cultivos ilícitos hasta los químicos desechados por la producción de drogas sintéticas que terminan en las aguas residuales y eventualmente en todo tipo de ecosistema. 

No es casualidad que México, en donde se siembra por excelencia la marihuana, y Colombia, donde la coca es la protagonista, sean dos de los países de la región en donde hay índices más altos de deforestación. Ojo, acá no estoy diciendo que la industria de las drogas sea la que más genera deforestación. Ese puesto lo tiene la industria ganadera, que por supuesto es legal e intocable. 

El narcotráfico es el dolor de cabeza de Latinoamérica, y una fallida guerra contra las drogas que no ha llevado a absolutamente nada es muestra de ello. En Colombia por ejemplo, el medio ambiente está en la agenda cuando hay que dar razones por las que las drogas son el problema. Pero desaparece cuando, de la noches a la mañana, hay que erradicar miles de hectáreas de cultivo de coca con glifosato, un pesticida que ha demostrado ser nocivo para la salud del medio ambiente y del ser humano. 

Tal vez las drogas como tal no sean el problema. Así hayan las leyes que quieran, esto va a seguir sucediendo, como ha venido pasando desde el inicio, en sus propias narices. El medio ambiente, comunidades, gente vulnerable van a ser quienes más vivan sus consecuencias. Pero por más que se busque un aliado para el medio ambiente en una guerra que no tiene ni pies ni cabeza, mientras que no se hagan regulaciones que tengan sentido y que no satanicen ciertas sustancias, no va a llegarse a nada. 

En un momento en donde nuestra mirada debe estar enfocada en la crisis ambiental, pensar en este tipo de problemáticas trasversales las unas con las otras hará la diferencia. ¿Por qué seguir acudiendo a algo que sabemos que no funciona? Es momento de repensar cómo conectamos lo uno con lo otro, pero sobre todo, cómo lo abordamos, teniendo en cuenta que detrás de esto hay grupos vulnerables, personas que se encuentran en lo más bajo de cadenas productivas que no los tienen en cuenta. 

A fin de cuentas, sin salud medio ambiental, no hay salud humana. 

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