ANÁLISIS

Los ecuatorianos, ¿hemos aprendido algo con Correa?

Ecuador llega este domingo al fin de un ciclo de 10 años. La década ganada para unos. La década pérdida para otros. Las dos versiones de un país. El lado A y el lado B de un vinilo.

Rafael Correa se marcha y la pregunta es cuál será el legado del ‘correísmo’ o el ‘correato’, como lo llaman sus detractores para quitarle el peso y la permanencia en el tiempo que han tenido otros ‘ismos’ como el cristianismo, el fascismo, el socialismo.

Fue imposible no hablar de política y de Correa en estos años. Parecía que todo empezaba y terminaba en él. Si hablabas de algún problema de salud, hablabas del presidente porque Correa inauguró la gratuidad en el sistema. Si hablabas de ocio, hablabas del presidente porque Correa había convertido en parque público la propiedad de uno de los banqueros que quebró al país. Si hablabas de hacer un viaje, hablabas del presidente porque con Correa ya tenemos carreteras.

Al principio la gran mayoría de ecuatorianos se sintió incluido en la idea de país descrita y sellada con la Constitución de 2008. Pero el poder más tarde atropelló a sus críticos y empezó a dividir al país. No todos hemos tenido la misma experiencia con el poder. Yo pasé una parte del ‘correísmo’ fuera del país y veía las cosas distintas. Vivía en España y aunque nunca voté por Correa, sí aprobé en un referéndum a la nueva Constitución. Pero cuando volví entendí a marchas aceleradas lo que pasaba. Tengo muchos colegas periodistas que se han visto cercados por el régimen, sobre todo los que hacen investigación. Yo he trabajado para redacciones locales y para medios internacionales, y siento claramente cuando hay cortapisas, pero eso no será material de este artículo. Ahora quiero escribir desde mi lado ciudadano.

Puedo reconocer que el país ha cambiado en este tiempo, se ha modernizado. Hay una cultura tributaria, una infraestructura educativa y sanitaria nueva, mejores servicios, mejores sueldos. Ya no nos racionan la electricidad, hay al menos una sensación de seguridad, un estado de derecho.

Pero siento que no hemos avanzado en la parte humana. No creo que seamos más reflexivos, más tolerantes, más honestos, más respetuosos, más empáticos. El discurso del mismo presidente nos ha hecho convivir con taras mentales, formar bandos. Somos ricos o pobres. Aburguesados o proletarios. Capitalistas o socialistas. Pelucones (termino acuñado por Correa) o pueblo.

Y en este mundo binario, uno no necesariamente escoge la facción. Nuestros pequeños actos nos van definiendo ante otros. Hace poco mi casera etiquetó a mi compañero. “Comunista”, le gritó, en el medio de una discusión porque él no quería que ella pegara en la fachada de mi casa un afiche del candidato opositor, Guillermo Lasso. Luego vino un portazo y el afiche se quedó clavado en mi pared.

La IGNORE INTOlerancia de la sociedad se hizo visible en el partido de las eliminatorias entre Ecuador versus Colombia, que se jugó esta misma semana en Quito. El mismo candidato opositor al que apoya mi casera estaba en un palco del estadio, cuyas butacas cuestan entre 150 y 300 dólares, y junto a él estaban personas afines al oficialismo que llevaban prendas con los logos de campaña, e intentaron agredirle. Pero la confrontación no fue solo entre correístas y anticorreístas: como los supuestos agresores eran negros, también fue una pelea entre blancos y negros.

Las redes sociales destilaron odio puro tras este enfrentamiento. No voy a repetir los improperios que circularon por allí. Pero sí quiero preguntar o preguntarme de qué nos sirve todo el cemento de las megaobras del ‘correísmo’ o ‘correato’ si nos vamos a los gritos y actuamos como matones de barrios a la primera de cambio, si no podemos convivir respetando a quienes piensan distIGNORE INTO a nosotros.

Los votantes que protagonizarán la jornada de mañana 2 de abril decidirán desde su experiencia con el poder. Una de mis amigas, por ejemplo, dice que le debe mucho a Correa porque ha sido el único presidente que se tomó en serio la investigación de la desaparición de sus hermanos en los años 80, e instauró la Comisión de la Verdad para juzgar los crímenes cometidos por policías. Ella siempre estará del lado del oficialismo.

También tengo otros amigos que fueron parte del Gobierno y salieron por la puerta trasera por ser críticos. Y no solo eso, sino que fueron señalados como “vendepatrias” y esto tuvo un alto costo en sus vidas. Ellos ahora están en las antípodas del correísmo y, aunque tienen una formación de izquierda, votarán por el banquero.

En gran parte de la sociedad no hay un análisis de las propuestas de los candidatos, pese a que hemos estado hablando de política durante diez años. Llegamos a las urnas con las taras de la sociedad dividida. No sabemos cómo el candidato del oficialismo, Lenín Moreno, financiará el programa de cobertura social “toda una vida” ni tampoco cómo se va a concretar el “el millón de empleos” que ofrece el opositor. Pero nos da igual. Nos gusta verlos atacarse entre ellos, verlos descalificarse. Queríamos un debate no para oír sus propuesta, sino para verlos pelear.

Si digo que no hemos aprendido nada es porque siento que la democracia que tenemos hace agua por todos lados. Una parte de los que apoyan a Lasso tienen el argumento de que será más fácil sacarlo del poder, como hicieron antes con los tres presidentes que antecedieron a Rafael Correa. Los que se decantan por el delfín de Correa de alguna manera validan que un partido se eternice en el poder. Por donde lo veo, la situación es compleja. Y no hay década ganada ni perdida. Hay un país que no sabe cómo salir del ‘correísmo’ ni cómo reconciliarse.

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